
La Herencia Tóxica: ¿Está el PRM Condenado a Repetir la Maldición del PRD?
En la política dominicana, hay fantasmas que se niegan a descansar. Uno de ellos, quizás el más persistente, es el fantasma de la división. No es un espectro que aparece por accidente; es un demonio familiar, invocado deliberadamente por quienes han aprendido que en el caos reside la oportunidad. Hoy, mientras el PRM gobierna, este fantasma golpea a su puerta, recordándole su tóxica herencia.
La historia de nuestros grandes partidos es la historia de sus fracturas. Es un ADN político, un genoma de la crisis que se transmite de una generación a otra. El portador original de este gen fue el Partido Revolucionario Dominicano (PRD). Nacido en el exilio, nació también con la semilla de la discordia en su núcleo. Las pugnas entre sus propios titanes fundadores, como Juan Bosch y Jimenes Grullón, no fueron simples debates, sino el prólogo de una saga de rupturas que se volvería una macabra tradición.
Recordemos el patrón. En 1973, Bosch, hastiado de las luchas internas, partió y fundó el PLD, partiendo en dos el espectro político de la época. Años después, dentro del PRD, las «tendencias» y los «grupos» no eran más que divisiones enmascaradas, batallas campales entre líderes que anteponían su proyecto personal al colectivo.
De esas guerras surgieron nuevos feudos: el PRI, el BIS, y finalmente, el PRM, un partido que es, en esencia, un nieto de aquella división original. El error es pensar que estas crisis fueron fracasos. No lo fueron. Fueron estrategias exitosas para sus promotores. Para el político que hereda esta maña, la lealtad es un obstáculo y la estabilidad una amenaza a su ambición. ¿Para qué esperar un turno que quizás nunca llegue si se puede forzar una ruptura y convertirse en cabeza de ratón en lugar de cola de león? Dividir no es perder; es una forma de ascender, de crear un nuevo espacio de poder a la medida.
El Espejo del 2028
Ahora, el PRM se mira en ese mismo espejo. El poder, que debería ser un aglutinante, se ha convertido en el catalizador de las mismas ambiciones que destruyeron a su partido abuelo. Ya se escuchan los murmullos y se sienten las presiones de cara al 2028. Dirigentes que, fieles al manual no escrito de la política dominicana, comienzan a calcular si les conviene más la unidad o la agitación.
El presidente Luis Abinader no solo enfrenta los desafíos de gobernar un país, sino también la tarea de domar a los herederos de esta cultura del naufragio. Tiene que lidiar con aquellos que ven el partido no como un proyecto de nación, sino como un trampolín personal que no dudarán en romper si eso les garantiza un mejor salto.
La pregunta que todos deberíamos hacernos es si estamos condenados a este ciclo eterno. ¿Volveremos a ver cómo las ambiciones personales dinamitan un proyecto político, dejando a los votantes con los escombros?
Si la historia sirve de algo, es como advertencia. El PRM tiene la oportunidad de demostrar que ha aprendido la lección, que puede romper la maldición genética que arrastra. De lo contrario, simplemente confirmará la triste regla de nuestra política: la crisis no es el problema, es el método. Y los expertos en hundir barcos solo pueden prometer una cosa: un viaje seguro al fondo.
Luis M. Ruíz Pou