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Opiniones

Milei rock y poder

El presidente argentino Javier Milei transforma la crisis política
en un espectáculo de rock, desafiando las reglas del poder y la
cordura institucional.


Por Pavel De Camps Vargas
Las luces se apagaron. El sonido del shofar —cuerno sagrado judío— resonó en el
Movistar Arena de Buenos Aires como si convocara a una liturgia nacional. Entre
explosiones visuales de bombas atómicas y ruinas urbanas, apareció Javier Milei,
presidente de la República Argentina, envuelto en una tormenta de aplausos, cánticos y
guitarras eléctricas.
No fue un mitin. No fue un concierto. Fue algo más perturbador y fascinante: la política
convertida en espectáculo total.
El mandatario libertario presentó su nuevo libro, La construcción del milagro, pero lo
que ofreció fue una misa de rock y fe ideológica. Cantó “Demoliendo Hoteles” de Charly
García, agitó los brazos como un frontman desatado y arengó a la multitud con frases
de batalla:

“¡Ganaron un round, pero no la guerra!”, gritó entre acordes
y coros políticos.

La política como performance
La escena condensó el ADN de Milei: un híbrido de economista outsider, predicador
mesiánico y estrella de rock en campaña permanente. Su banda —“La Banda
Presidencial”— incluía diputados, asesores y su inseparable hermana Karina.
En el clímax, cantó el himno hebreo Hava Naguila, proclamó que “Israel es el bastión
de Occidente” y cerró con una versión de Libre de Nino Bravo, mientras en pantalla se
sucedían imágenes del muro de Berlín y atentados a Trump y Bolsonaro. El mensaje
era claro: el poder como resistencia épica, la política como salvación cultural.
El eco global
El planeta observó entre el asombro y la incredulidad. El País tituló: “Milei convierte la
presentación de su libro en un mitin rockero”. La Vanguardia lo describió como
“una performance de autoafirmación ante la crisis”. En Estados Unidos, The

Washington Post y Bloomberg News coincidieron en una idea inquietante: Milei está
reinventando el populismo como un fenómeno de entretenimiento emocional.
Desde Israel hasta México, las redes sociales replicaron videos del presidente
cantando, con comentarios que oscilaban entre la admiración y la vergüenza ajena.
Para muchos, fue un acto de autenticidad política; para otros, un salto al vacío
institucional.
En la Unión Europea, algunos diplomáticos lo calificaron como un “síntoma
preocupante del deterioro simbólico de la política democrática”, mientras en Brasil
los seguidores de Bolsonaro lo aclamaron como “el nuevo ícono libertario de
América del Sur”.

Un líder en crisis, una multitud en trance
La realidad detrás del show es menos luminosa. Argentina atraviesa una de las peores
recesiones de la década, con inflación, descontento social y divisiones internas en el
gobierno. Pero Milei parece decidido a transformar el caos en narrativa, la adversidad
en épica.
Su puesta en escena no busca convencer: busca creer. Quiere que el ciudadano se
sienta parte de una batalla espiritual entre el bien y el mal, el orden occidental y la
decadencia progresista.
El politólogo uruguayo Martín Caparrós lo resumió así:

“Milei no gobierna, interpreta un papel. Pero mientras el
público aplauda, el guión sigue en pie.”
Entre la idolatría y el vértigo
El acto dejó una pregunta abierta: ¿hasta dónde puede llegar un líder dispuesto a
cantar su propio discurso, a coreografiar la crisis como un videoclip?
La historia reciente demuestra que los populismos modernos no caen por falta de
votos, sino por exceso de espectáculo. Cuando la pasión sustituye al juicio, el poder se
convierte en rock: intenso, adictivo… y breve.
Milei, que alguna vez soñó con ser músico en su banda juvenil “Everest”, finalmente lo
logró. Pero su escenario ya no es un garaje: es la Casa Rosada.
Y desde allí, Argentina asiste al experimento político más desconcertante de su
tiempo: un presidente que gobierna entre guitarras, dogmas y fuegos artificiales.

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