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Negocios

¿Quién chocó a Yoel…?

Por Emiliano Reyes Espejo

ere.prensa@gmail.com

 

Yoel vio que potentes luces que cegaban sus ojos se acercaban rápidamente hacia él. Sintió un fuerte golpe y rodó por el pavimento. Cuando despertó vio seres extraños que se movían a su alrededor con gestos y expresiones indescifrables. Se sumó de nuevo en un profundo y extraño pensamiento, sin atinar a saber qué ocurrió.

Cuando a Yoel le contaron que había sido atropellado por un vehículo en plena vía, en la Calle 17, apenas lo creyó. Solo había tomado un par de tragos con su amigo Jorge y recordaba, con vaga claridad, que no había perdido el tino por efecto del alcohol. En sus cavilaciones en una sala del hospital, a donde fue llevado, éste no llegó a memorizar siquiera si algún vehículo se desplazaba por aquella vía en el momento en que se dispuso a cruzarla. Además, aquellas luces fulgurantes que irradiaron con luminosidad su rostro, no le parecieron de un vehículo. Un mar de dudas comenzó a invadirlo.

Los médicos del hospital, asombrados, no entendieron tampoco cómo, si con toda la aparatosidad que se dijo fue este choque, Yoel no sufriera ni una sola quebradura de hueso. Los golpes eran pequeñas contusiones curables, tal vez, antes de los diez días. El trauma psicológico que sufrió Yoel, sin embargo, fue estremecedor. ¿Qué fuerza extraña pudo causar este efecto devastador? Los galenos, algunos de ellos con especialidades en diferentes disciplinas médicas, no salían de su extrañeza, Yoel parecía un ser alucinado. Si no hubiera sido por las personas que lo llevaron al centro de salud entre llantos y algarabías, mientras juraban que había sido atropellado, los médicos hubieran dudado de la ocurrencia del accidente.

Todos atestiguaron que Yoel fue chocado en plena vía, pero ¿por quién? ¿Cómo? ¿A dónde fue a parar el vehículo que se alega lo atropelló? Aunque todos afirmaban lo del accidente, nadie supo precisar en qué momento aconteció este hecho ni describir el vehículo o artefacto que causó el accidente.

Todos –casi a coro- relataron que acudieron a socorrer a Yoel cuando éste cayó al pavimento.

 –“Se veía moribundo…”, dijeron. Algunos, incluso, sostuvieron que no se debió tan siquiera  llevarlo al médico, ya que su condición-a juicio de éstos-era la de una persona condenada a morir, un moribundo que fallecería en el trayecto al hospital.

-“Hay que hacer algo, no se puede dejar morir”, gritó una joven señora, la cual, sin pensarlo mucho, levantó al moribundo del pavimento y se lo echó sobre sus hombros. La mujer corrió despavorida por las calles y cientos de personas se agregaron detrás de ella. Algunas llorosas y otras que clamaban para que no se le deje morir.

Solo un méndigo, todo harapiento y envejecido, dijo que sabía quién atropelló a Yoel. El haraposo relató a policías y curiosos que luces de todos los colores, formadas en abanicos, fueron las causantes del choque a Yoel. Todos quedaron estupefactos por lo inverosímil de su narrativa.

Nadie creyó al aturdido anciano. No le valió, por más que insistió, en su afirmación de que era el único que estuvo allí, el único testigo que presenció el accidente.

Cuando a Yoel le dijeron lo que contaba el méndigo, recordó perfectamente lo ocurrido. A su mente llegaron luces fulgentes en colores de arcoíris y memorizó aquel instante en que estas luces multicolores, extrañas, se abalanzaron sobre su débil contextura física y sufrió un fuerte impacto que lo estremeció profundamente.

Los médicos, psicólogos y psiquiatras trataron de manera insistente que Yoel hiciera inauditos esfuerzos mentales para recordar el resto de los episodios perdidos en su memoria. No sirvieron de nada sirvieron sus arrojos facultativos. Han pasado decenas y decenas de años y nadie, salvo el méndigo, ha podido determinar quién chocó a Yoel.

Un periodista que estuvo indagando sobre quién chocó a Yoel, -con sus dotes de sabueso y toda la curiosidad propia de estos comunicadores- me hizo un razonamiento que me parece lógico. Expuso que después de examinar a profundidad sobre esta interrogante, llegó a la conclusión de que Yoel no es Yoel, sino que es el mismo pueblo dominicano. Llegó a esa conclusión después de hacer un símil con lo ocurrido, tanto a éste como a la masa de hambrientos dominicanos.

Refirió que según su analogía, a Yoel lo choca un espectro de luces de colores fulgentes y nadie nunca ha sabido quién lo hizo, mientras ocurre lo mismo con el pueblo. Los políticos viven atropellándolo con promesas de todos los colores las cuales se difuminan con el transcurrir del tiempo. Al final, nadie sabe de nada de los ofrecimientos que quedan en el pasado. Y aun así sigue vivo como Yoel, sobrevive a los embates de palabras multicolores de políticos, empresarios, periodistas, economistas y todos los demás. Los médicos del pueblo,-que terminan siendo empleados de los políticos y empresarios-diagnostican todo tipo de bonanzas y esperanza, para ellos todo siempre está bien, y es tal el aturdimiento, que el mismo pueblo no logra determinar quién lo chocó.

El anciano menesteroso, que terminó siendo el pueblo que lo ve todo, observa todo y carga con aquel cúmulo de vivencias, lleva sobre sí la amarga experiencia de saber quién lo chocó, quién le tiene en estado de indefensión, pero cuando lo dice, ocurre que nadie le cree.

 

*El autor es periodista.

 

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