La eterna deuda externa en países pobres
Manuel Díaz Aponte
¿Viviremos pagando intereses toda la vida de una deuda que no tiene fin?
Es una pregunta que se formulan los habitantes de los países que cada año ven incrementar los intereses de una deuda externa que los condena al atraso y miseria.
Hace varias décadas los países pobres de Latinoamérica y otras latitudes del mundo vienen reclamando la condonación de la deuda externa que los agobia y limita su despegue hacia el crecimiento y desarrollo. Es una tortura de pagos de intereses atrasados que nunca terminan, pese a niveles de crecimiento experimentado en algunas economías.
De generaciones en generaciones ha pregonado la idea hasta en los organismos financieros internacionales de que somos deudores eternos, y, por consiguiente, condenados a vivir cogiendo “fiao” a mediano y largo plazo para pagar intereses y sin perspectivas de crecimiento.
El anhelado desarrollo y de bienestar colectivo entre nuestros países ha sido simplemente un sueño inalcanzable que se esfuma en el tiempo dejándonos un sabor amargo y de frustraciones.
En estos tiempos de variables económicas los estados confrontan serias dificultades para cubrir sus gastos en comparación con los ingresos. Y el presupuesto nacional de muchos países tiene que ser cubierto con préstamos al futuro.
Dentro de ese cuadro, es imposible alcanzar desarrollo y bienestar entre la ciudadanía que paga religiosamente sus impuestos a cambio de los precarios y deficientes servicios públicos de las instituciones gubernamentales.
Recientemente, en la Cumbre del Clima COP29 celebrada en Bakú, Azerbaiyán, el tema de la deuda externa de los países subdesarrollados volvió a ser tratado, por el secretario de Estado vaticano, el cardenal italiano Pietro Parolin, quien manifestó que «condonar la deuda de los países pobres es una cuestión de justicia» para que puedan luchar contra la crisis medioambiental.
En reiteradas intervenciones el Papa Francisco ha expuesto la urgente necesidad de que los líderes de las naciones ricas cancelen los montos de la deuda externa de los países pobres para que éstos puedan afrontar los graves retos de sus economías.
«Sería una decisión justa. Existe una verdadera deuda ecológica, sobre todo entre el Sur y el Norte del mundo, y está ligada a los desequilibrios comerciales», entiende la Santa Sede.
Cumbre Climática
Durante dos semanas representantes de 200 naciones debatieron nuevamente la grave consecuencia del cambio climático, que viene ocasionando estragos y terribles destrucciones en países desarrollados y pobres.
Europa ha sido marcada por los desequilibrios climáticos y terribles inundaciones provocando muertes y destrucciones, siendo Valencia, España, un caso reciente. Lo mismo ha ocurrido en el Reino Unido, Italia, Holanda y Francia.
Esta COP29 organizada por Naciones Unidas y efectuada en Bakú, Azerbaiyán, abrió nuevamente el debate sobre la urgencia de salvar el planeta.
El calentamiento global y sus terribles adversidades para la vida humana, animal y vegetal en la tierra fueron el foco de discusión del cónclave.
En Azerbaiyán, el petróleo y el gas representan más del 90% de sus exportaciones y el 60% de los ingresos del Estado, según la Agencia Internacional de la Energía.
El objetivo primario de dicha cumbre es lograr que los Estados suscriban, elaboren y compartan una agenda común para afrontar las secuelas del cambio climático.
Sin embargo, para la implementación de medidas certeras contra el cambio climático las naciones de limitados ingresos requieren de billones de dólares. Y surge la gran pregunta: ¿Quién facilitará esa plata?
Con la llegada a la Casa Blanca el 20 de enero del 2025 del presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, de nuevo surgen interrogantes por su postura frente al cambio climático, el cual definió en su primer mandato (2017-2021), como un “cuento chino”.
Los principales emisores de contaminantes en la atmósfera son los siguientes países:
- China (26,6%)
- EE. UU. (13,1%)
- UE-28 (9,2%)
- India (6,8%)
- Rusia (4,5%)
- Japón (2,8%)
Deberían ser ellos, precisamente, los que mayor aporte económico y tecnológico deberían otorgar para solucionar este terrible flagelo que desestabiliza el ecosistema mundial, dejándonos una secuela de inundaciones, terremotos, incendios forestales, maremotos, destrucciones y muertes.
Al mismo tiempo, las principales economías del mundo deben saldar definitivamente la deuda que limita el despegue económico de las economías más pequeñas alrededor del mundo para que puedan acceder a recursos económicos y librarse de una vez y por toda del yugo de los organismos financieros que controlan y dirigen el sistema del comercio mundial.