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El Pueblo del Espejo

Pastor Dio Astacio

 

Había una vez un pueblo escondido entre montañas, llamado Reflejanía. No era un lugar común. Sus calles estaban pavimentadas con adoquines brillantes que, al caminar sobre ellos, mostraban imágenes del caminante: no su rostro, sino su interior. Los habitantes, acostumbrados al reflejo de sus pensamientos, habían aprendido a evitar la mentira y la indiferencia, aunque no todos lo lograban.

Cada día del Trabajador, la plaza central se llenaba de vida. Ese día no era de fiesta ni de descanso en Reflejanía, sino de mirarse hacia adentro, como si cada vecino se convirtiera en un espejo para el otro. Lo llamaban el “Día del Espejo Común”.

Ese año, el anciano del pueblo, don Camilo, subió al estrado, con su bastón de roble y voz cansada pero firme:

—Hoy no celebramos solo al trabajador que levanta con sudor el pan, sino al constructor invisible de nuestro país: tú, yo, nosotros.

Hubo silencio.

—El país no es una idea lejana ni un color en la bandera —continuó—. Es esta calle que barremos, esta escuela que utilizamos, este campo que sembramos, esta decisión que tomamos o evitamos. El país somos nosotros, el colectivo, el todo. Y si tú no actúas, otro lo hará por ti. ¿Y si ese otro es egoísta, o corrupto, o cruel?

Los niños dejaron de jugar. Los adultos dejaron de mirar sus relojes.

—Muchos se quejan del país —dijo don Camilo, mirando al cielo—, pero pocos lo ven como una obra compartida, como una casa que se construye a muchas manos. Si la mayoría trabaja con honestidad, si cuida los árboles, si exige salarios dignos, si educa bien… el país será uno. Si no lo hace, será otro, gobernado por quienes se aprovechan del descuido de los buenos.

Una mujer levantó la mano. Tenía el rostro curtido por el sol y las manos gastadas por la costura.

—¿Y si ya estamos cansados, don Camilo? ¿Y si parece que no sirve de nada?

El anciano sonrió con una ternura antigua.

—Entonces descansa, pero no abandones. Recuerda que un país es como un río: se forma gota a gota. Y cada gota importa. La gota que limpia y la que contamina. Cada uno es responsable de lo que fluye después.

Aquel día, sin discursos rimbombantes ni promesas vacías, Reflejanía entendió una vez más lo que ya sabía: que el verdadero trabajo no se hace solo en talleres, fábricas u oficinas, sino también en la conciencia. Porque el país no se hereda como una herencia cerrada: se construye cada día como una casa sin techo aún.

Y desde entonces, cada primero de mayo, los reflejos en los adoquines se vuelven más claros. Porque más vecinos caminan sabiendo que el país empieza por el paso que dan.

El autor es alcalde de Santo Domingo Este

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