
DON QUIJOTE DE LA MANCHA
Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes. No importa silo leíste entero, si lo leíste fragmentado en el colegio, o si solo conoces la imagen del caballero flaco y su escudero comilón: este libro forma parte del paisaje cultural de todos nosotros.
¿Y por qué es imprescindible tenerlo en una biblioteca personal? Bueno, primero, porque es la novela que inaugura la narrativa moderna. Antes de Cervantes existían historias maravillosas, epopeyas, libros caballerescos, relatos de aventuras. Pero el Quijote introduce algo nuevo: una mirada profundamente humana, irónica, autoconsciente. Un libro que sabe que es un libro. Un personaje don Quijote, que construye su identidad a partir de las ficciones que ha leído. Y una estructura que juega constantemente con el lector, con los géneros y con la idea misma de la realidad.
El Quijote no se lee solamente por la historia que cuenta, que, dicho sea de paso, es divertida, también triste, también es absurda, y también es tierna, sino por todas las preguntas que abre. ¿Qué significa ser uno mismo? ¿De qué está hecha la identidad? ¿Hasta qué punto la realidad es interpretada a través de nuestros deseos? ¿Y qué sucede cuando una persona decide vivir de acuerdo con un ideal imposible?
Una de las razones por las que este libro sigue vivo es justamente esa. Don Quijote es un personaje, no es una estatua literaria: es un personaje intensamente humano. Sus delirios, sus fracasos, su obstinación, su capacidad para re dignificar lo que otros desprecian… todo eso dialoga con el lector contemporáneo tanto como dialogó con el lector del siglo XVII.
Y Sancho Panza, con su sentido común, su humor y su pragmatismo ingenuo, esto así, crea una de las relaciones más entrañables y modernas de toda la historia de la literatura universal.
En cuanto a la historia en sí, podemos decir, sin revelar nada importante, que se trata de seguimos a un hombre que, después de leer demasiados libros de caballerías, pierde la noción del mundo real y decide convertirse en caballero andante. A partir de ahí, comienza un viaje que es, al mismo tiempo, físico y mental: un recorrido por ventas, aldeas, caminos polvorientos, ilusiones rotas, amistades improbables y momentos de una belleza que sorprende incluso después de cuatrocientos años.
Y, por supuesto, está la capa meta literaria, brutal, fascinante, donde Cervantes se divierte cuestionando a los escritores de su tiempo, la veracidad de los relatos, las ediciones apócrifas, y hasta al propio lector. El Quijote es un libro que se contempla a sí mismo y se ríe un poco con nosotros.
Tener este libro en casa no es solo tener un clásico; es tener un punto de referencia.
Don Quijote de la Mancha es un recordatorio de que la literatura puede ser profunda sin perder su humor, y que puede ser filosófica sin dejar de ser popular, que puede ser épica sin la necesidad de batallas grandilocuentes. Y es un libro que acompaña toda una vida: a los veinte años se lee de una manera, a los cuarenta de otra, y a los setenta seguramente se descubre un Quijote completamente distinto.
Por todo esto, y por mucho más, es imposible imaginar una biblioteca esencial sin Cervantes. Don Quijote es una de esas obras que siguen creciendo dentro del lector mucho tiempo después de haber cerrado el libro.



