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Opiniones

Claves para políticos inteligentes y proactivos

Para nadie es un secreto la gran desconfianza de la población hacia quienes se dedican al quehacer político.

Desde las simples desilusiones hasta graves frustraciones, sin excluir una que otra manifestación de complicidad no pactada, han motivado que la inmensa mayoría de la gente pierda la confianza en quienes se dedican a prometer soluciones a todos los males que nos afectan.

Hasta cierto punto, sin querer defender lo indefendible, es fácil deducir las razones de esa desconfianza. Pues toda aspiración política se basa en la posibilidad de que, gracias a su adecuada forma de gestionar lo público, quien aspira pueda satisfacer las expectativas de quien le vota. Dicho de manera llana: todo político vende esperanza, y sus votantes se la retribuyen con confianza.

Es a la luz de ello que durante las últimas décadas se ha planteado de manera reiterativa una pregunta clave: ¿Qué hacer para recuperar la confianza de la ciudadanía en quienes aspiran a dirigirla?

Las respuestas pueden ser tan variadas como la cantidad de localidades en las que se aplique la pregunta, pero un tema resulta aflorar a modo de común denominador: las personas demandan cada vez ser más tomadas en cuenta mucho más que como simples votantes.

Es en ese marco que personas inteligentes y proactivas han comenzado a descollar en la actividad política, con el consecuente impacto en las sociedades a las que representan. Incluso en sociedades en donde el corporativismo de la actividad política ha llegado a “salirse con la suya”, la imposibilidad de sostenerse le ha servido como dura lección.

Y todavía más, en sociedades en donde llegan a los cargos públicos personas que asumen que el pueblo es bruto y que siempre habrá maneras para engañar a la gente, se han encontrado con una realidad que les ha “dado en la cara”.

Cada vez hay menos espacio para políticos tradicionales. Cada vez aumenta el número de políticos, a los que podríamos identificar como inteligentes y proactivos, que “leen”, entienden y actúan en función de las exigencias de una ciudadanía que, de manera creciente, reclama un rol que dista mucho del simple votante. Se trata de una ciudadanía que exige tomar parte.

Es a la luz de esa nueva realidad que tratadistas como Antonio Natera hacen referencia a “un nuevo estilo de gobierno, distinto del modelo de control jerárquico, pero también del mercado, caracterizado por un mayor grado de interacción y de cooperación entre el Estado y los actores no estatales en el interior de redes decisionales mixtas entre lo público y lo privado”. Así es como se refieren a la gobernanza que procuran y promueven los políticos inteligentes y proactivos.

Dependiendo del nivel de empoderamiento de la sociedad de que se trate, el modelo adquiere niveles que van desde la simple “gobernanza vertical”, en la que la colectividad participa, pero unos cuantos deciden, hasta la “gobernanza horizontal”, en la que el poder se distribuye entre más personas y la información circula de manera más democrática.

Pero también encontramos sociedades más exigentes, en las que se logra aplicar la “gobernanza en red”. Esas sociedades tienen como principal característica la construcción de redes de actores que cooperan. En esas redes, los actores asumen una posición activa frente a lo público. Además, los actores fortalecen las instancias de participación y el capital social del territorio.

Continuar con los patrones viejos, muy vinculados a la gobernanza vertical, depende de dos ámbitos: visión de quienes dirigen y nivel de evolución de quienes son dirigidos. Alguien con “avivatería” disfrazada podría seguir engañando por algún tiempo, pero ¿hasta cuándo?

Por el contrario, en la misma medida en que se supera esa etapa, nivelando esa relación entre mandatarios y mandantes, se logra avanzar en democracia y también se logra impactar positivamente en la real mejoría de vida.

Visto así y remitiéndonos al planteamiento aristotélico de que “el hombre (en alusión a todos los seres humanos) es un animal político”, “leer” los nuevos tiempos, entender las tendencias y aplicar innovaciones son claves que terminan aportando a la sostenibilidad de relacionamientos caracterizados por la virtud.

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